jueves, 24 de septiembre de 2015

CÉLULAS DEL FETO EN LA MADRE


Hace poco, un equipo de patólogos del Centro Médico de la Universidad de Leiden, en Holanda, llevaba a cabo un experimento que podría parecer condenado al fracaso.
Tomaron muestras de tejidos de 26 mujeres que habían muerto durante el embarazo o inmediatamente después. Todas ellas habían estado embarazadas de hijos varones. A continuación, los patólogos tiñeron las muestras, en busca de cromosomas Y.
En esencia, los científicos buscaban células masculinas en un cuerpo femenino. Y su investigación tuvo un éxito asombroso.
Durante los años posteriores, las células fetales pueden desaparecer, pero, en ocasiones, se quedan toda la vida
Como se explicaba el mes pasado en la revista Molecular Human Reproduction, los investigadores encontraron células con cromosomas Y en todas las muestras de tejido analizadas. Desde luego, estas células masculinas eran infrecuentes (donde más abundaban, solo representaban una de cada 1.000 células, aproximadamente). Pero las células masculinas estaban presentes en todos los órganos que los científicos estudiaron: cerebro, corazón, riñón y otros.
Durante la década de los noventa, los científicos descubrieron los primeros indicios de que las células de los hijos, tanto niños como niñas, pueden escapar del útero y desperdigarse por el cuerpo de la madre. Llamaron a este fenómeno microquimerismo fetal por la quimera, un monstruo de la mitología griega que era una mezcla de león, cabra y dragón.
Pero las células fetales no se limitan a circular pasivamente. Los estudios con ratones hembra muestran que las células fetales que terminan en el corazón pasan a formar parte del tejido cardíaco. “Se convierten en células de un corazón que late”, decía J. Lee Nelson, experta en microquimerismo del Centro de Investigación Oncológica Fred Hutchinson de Seattle.
El nuevo estudio indica que las mujeres casi siempre adquieren células fetales cuando se quedan embarazadas. Se han llegado a detectar estas células con tan solo siete semanas de embarazo. Durante los años posteriores, las células pueden desaparecer, pero, en ocasiones, se quedan toda la vida. En un estudio de 2012, Nelson y sus compañeros analizaron el cerebro de 59 mujeres mayores fallecidas y encontraron el cromosoma Y en el 63 % de ellas. Muchos estudios sobre el microquimerismo fetal se centran en las células provenientes de los hijos varones, ya que son más fáciles de distinguir de las células de la madre.
Ahora, los expertos creen que el microquimerismo dista de ser un fenómeno raro. “La mayoría de nosotros piensa que es muy frecuente, o incluso universal”, afirma Nelson. Pero sigue siendo bastante misterioso.
En los noventa, los científicos descubrieron los primeros indicios de que las células de los hijos, tanto niños como niñas, pueden escapar del útero y desperdigarse por el cuerpo de la madre
En los últimos años, los investigadores han hallado muchos indicios que apuntan a que el microquimerismo puede afectar a la salud de la mujer. Los tumores pueden estar llenos de células fetales, por ejemplo, lo que indica que estas podrían contribuir a la aparición del cáncer. Sin embargo, otros estudios hacen pensar que el microquimerismo protege a las mujeres de la enfermedad.
“Esta paradoja parece darse en cada caso de enfermedad”, comenta Amy M. Boddy, investigadora posdoctoral de la Universidad Estatal de Arizona.
El microquimerismo fetal se ha detectado en distintas especies de mamíferos, como el perro, el ratón y la vaca. Es probable que las células fetales lleven decenas de millones de años formando parte de la vida materna.
“El microquimerismo es algo con lo que los humanos han evolucionado desde antes de ser humanos”, señala Melissa Wilson Sayres, bióloga de la Universidad Estatal de Arizona.
Es posible que, en aquella época, las células fetales evolucionaran hasta convertirse en algo más que simples viajeras. En un artículo publicado el mes pasado en la revista Bioessays, Boddy, Sayres y sus compañeros señalan que las células fetales podrían producir sustancias químicas que afectasen a los procesos biológicos de la madre, lo que permitiría al feto manipularla desde el interior.
Es posible que algunas células contribuyan a preservar la salud de la madre (mediante la cicatrización de heridas, por ejemplo). Pero también existe un conflicto de intereses evolutivo entre las madres y sus pequeños.
El éxito reproductivo de las madres depende del número total de hijos que críen a lo largo de su vida, hasta conseguir que alcancen la edad adulta. Dedicar demasiados recursos a un solo hijo podría debilitarla demasiado para cuidar de otros que nazcan después.
Algunos científicos sugieren que debería estudiarse, a partir de estos resultados, el modo en que las células fetales del cerebro influyen en el comportamiento de la madre
Por otro lado, si un hijo puede, de algún modo, coaccionar a su madre para que le proporcione más recursos, tendrá más opciones de sobrevivir hasta la madurez y reproducirse. Las células fetales podrían servirles a los hijos para manipular a sus madres en este sentido, según proponen Sayres y sus compañeros.
Es frecuente que las células fetales aparezcan en el tejido mamario e incluso en la leche, por ejemplo. Los investigadores sostienen que los hijos podrían crecer más si sus células fetales estimulasen la producción de leche.
Las madres también cuidan a los bebés mediante su calor corporal. La glándula tiroides, situada en el cuello, actúa como un termostato y, en teoría, las células fetales de la tiroides podrían hacer que la madre generase más calor que sin dichas células.
Esta tensión biológica contribuiría a explicar el hecho de que el microquimerismo fetal a veces sea perjudicial para la madre. Puede que simplemente sea un efecto secundario ocasional de la manipulación por parte de las células.
Es posible que algunas células contribuyan a preservar la salud de la madre
Hay algunas cuerdas de las que también las madres tiran con fuerza en este forcejeo evolutivo. El sistema inmunitario muestra una actividad frenética tras el alumbramiento, posiblemente para deshacerse de las células fetales que hayan quedado. Esta defensa puede acarrear sus propios riesgos: las mujeres con trastornos autoinmunes como la artritis reumatoide pueden sufrir recaídas tras el embarazo.
Algunos experimentos directos podrían poner a prueba todas estas ideas. Los científicos podrían averiguar qué genes se activan en las células fetales de las distintas partes del cuerpo, por ejemplo. Podrían analizar el modo en que la actividad de los genes afecta a la psicología de la madre, así como a la producción de leche.
Boddy y sus compañeros opinan que, si los resultados preliminares fuesen prometedores, los científicos también deberían preguntarse por el modo en que las células fetales del cerebro influyen en el comportamiento de la madre.
“Es la parte más emocionante, pero es la parte que menos se ha investigado de momento”, asegura Athena Aktipis, psicóloga de la Universidad Estatal de Arizona y coautora del artículo de Bioessays. “El microquimerismo podría ejercer algún efecto sobre la salud mental durante el posparto”.
Nelson, que no tiene relación con el nuevo artículo, afirma que este plantea muchas ideas que vale la pena estudiar.
“Va a ser interesante ver cómo se van acumulando los datos durante los próximos años”, señala.

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