Hay al menos una zona libre de muerte durante la apoptosis. Así lo ha
demostrado un estudio pionero liderado por José Antonio Sánchez Alcazar,
investigador de la Universidad Pablo de Olavide, de Sevilla (España),
que supone un cambio conceptual en el proceso natural de muerte celular.
El hallazgo aporta nuevos conocimientos sobre esta materia, con
posibles aplicaciones médicas en áreas como el tratamiento del cáncer.
En
torno a 3.000.000 de células mueren cada segundo en el organismo humano
de manera natural. En su mayoría lo hacen por apoptosis, es decir,
degradándose sin liberar su contenido al exterior celular a la espera de
ser comidas por células vecinas o por células especializadas como los
macrófagos. Por el contrario, ante una quemadura o un golpe, se produce
el proceso antitético: la necrosis, en la que el contenido celular se
disemina.
Los resultados de un trabajo de investigación de la
Universidad Pablo de Olavide, publicados por la revista Cell Death and
Disease, demuestran por primera vez cómo el córtex celular mantiene su
integridad, mientras el resto de la célula está siendo “degradado” por
las caspasas.
“Si la célula fuese una uva, estaríamos comparando
una pasa, que se va consumiendo por dentro, con otra uva que explota
producto de un martillazo”, señala Sánchez Alcázar, autor principal del
estudio. Una diferencia importante ya que, como apunta este
investigador, la necrosis trae consecuencias para el organismo, como
efectos tóxicos a las células vecinas y una reacción inflamatoria en su
entorno.
“La muerte por apoptosis es similar a una implosión. La
célula es como una carpa de circo, está llena de vigas que componen el
citoesqueleto, con microtúbulos, filamentos intermedios, filamentos de
actina, etc. Cuando éstos últimos se contraen al comienzo de la
apoptosis, el resto de elementos se despolimerizan y la célula se queda
sin sostén, la carpa se viene abajo”, afirma el responsable del trabajo.
Las
caspasas, proteínas encargadas de degradar el interior celular, juegan
además un papel importante en este proceso. Sin embargo, su acción pone
en peligro la integridad de la membrana plasmática. Si llegaran a
degradarla, interrumpiendo la actividad de las proteínas ligadas a ella,
se produciría una necrosis y la liberación de los componentes tóxicos
intracelulares.
Es
por ello que la célula, según un trabajo previo de estos
investigadores, desarrolla lo que se ha bautizado como el “ataúd
celular”. Una pared de microtúbulos, que se crea en el córtex celular,
sosteniendo y protegiendo a la membrana de las células de la acción de
las caspasas.
“Mientras dura el ataúd, las células apoptóticas
mantienen su contenido que está siendo degradado dentro de las células,
el tiempo suficiente para que otra célula vecina o un macrófago se la
coma”, apunta Sánchez Alcázar. Pero para que esto sea posible, como
demuestran en este nuevo estudio, lo que hay entre la nueva pared de
microtúbulos y la membrana debe permanecer vivo y funcionando con
normalidad. “Es vida después de la muerte”, subraya este investigador.
En
concreto, los científicos de la Universidad Pablo de Olavide han
constatado en cultivos celulares que, gracias a este ataúd, el córtex
celular se mantiene vivo. Un trabajo en el que se ha comprobado la
integridad de todas las proteínas que lo integran (las de sostén y
adhesión celular, las reguladoras del calcio y el sodio…). Una situación
que permite, entre otras cosas, describir la hipótesis de la “fresh
meat”, o carne fresca.
Es decir, “gracias a este proceso, las
otras células reconocen que las células apoptóticas han muerto
recientemente y se encuentran en buen estado, la ven como un bocado
apetitoso y se la comen, pudiendo ser reemplazada por otra en su lugar”,
apunta el experto. Para esto, es necesario que la fosfatidilserina,
grupo de fosfolípidos que normalmente mira hacia la cara interna de la
célula, mire hacia el exterior. Una señal que hace posible que las
células apoptóticas sean devoradas de manera limpia y sin consecuencias
para el conjunto del organismo.
Para José Antonio Sánchez Alcázar
este hallazgo abre nuevas líneas de trabajo, estableciendo campos de
desarrollo para posibles aplicaciones médicas en áreas como el
tratamiento del cáncer. “Cuando se diseñan drogas, muchas veces la
medicina intenta matar células y para ello hay que hacerlo del modo
correcto si se quieren evitar efectos secundarios adversos. Es el caso
de la quimioterapia, donde frecuentemente se busca que las células
cancerosas mueran por apoptosis para evitar los efectos tóxicos e
inflamatorios de la necrosis”, subraya este científico.
En este
sentido, considera que “con estos descubrimientos podemos diseñar
quimioterápicos que actúen de forma más eficiente y con menos efectos
tóxicos secundarios”. Otra línea de estudio sería, a partir de ahora,
ver la posibilidad de conseguir que las células no tumorales evitaran la
necrosis durante el tratamiento quimioterápico, disminuyendo de esta
forma los efectos adversos sobre las células normales del organismo.
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