Científicos de Israel han descubierto una fuente inagotable de
células madre para la medicina. Y la han encontrado en los tejidos de
los propios pacientes. Una de las grandes trabas para la aplicación
clínica de las células madre iPS, las estrellas emergentes de la
medicina regenerativa, es la ineficacia de su obtención a partir de
células de la piel: solo una minúscula fracción de éstas, menos del 1%,
logra retrasar su reloj para recuperar su primitiva condición de células
madre, y por tanto su capacidad para regenerar cualquier tejido y
órgano del cuerpo. El nuevo trabajo identifica una forma de superar esa
barrera y llevar la eficacia hasta casi el 100%.
La tecnología de las células madre iPS, o de pluripotencia inducida,
se ha desarrollado en los últimos años como una salida a los conflictos
éticos, políticos y religiosos que suscitaron en la década anterior las
células madre embrionarias. Mientras que estas últimas requieren la
destrucción de embriones humanos de dos semanas, las células iPS
proceden de la reprogramación de simples células de la piel de un
paciente. Esto no solo evita el uso de embriones, sino que produce un
material genéticamente idéntico al paciente en cuestión, lo que evitará
el rechazo en caso de serle trasplantado.
Jacob Hanna y sus colegas del Instituto Weizmann en Rehovot, Israel,
han logrado ahora identificar lo que parece ser el principal impedimento
para una conversión eficaz de las células adultas en células iPS. Se
trata de un gen conservado en los mamíferos, llamado Mbd3. Hanna muestra
en la revista Nature que la inactivación de ese gen, unida al
procedimiento convencional de retrasar el reloj celular, permite a las
células adultas —ya sean de ratón o de humano— convertirse en células
iPS con una eficacia cercana al 100%. No solo funciona con la piel, sino
también con otros tipos de tejido, lo que también incrementa las
posibles fuentes de material para el futuro.
La técnica de reprogramación ideada por el investigador japonés
Shinya Yamanaka —que recibió por ello el último premio Nobel de
Medicina— sorprendió a la comunidad científica por su gran simplicidad.
Solo requiere tratar las células de la piel con cuatro factores de
transcripción, o genes que regulan a otros genes. La otra cara de la
moneda es que esas células adultas son muy resistentes a abandonar su
naturaleza diferenciada, dedicada a las peculiaridades del oficio de ser
piel, y recuperar su primitiva condición pluripotente, capaz de
convertirse en cualquier otro tipo celular.
Los fibroblastos, o células que van regenerando la piel, se
convierten en células madre iPS con menos de 1% de eficiencia. Esta
ineficacia “está obstaculizando la generación de diversos tipos
celulares para la investigación y la medicina”, según reconocen en Nature
los biólogos del desarrollo Kyle Loh, de la Universidad de Stanford, y
Bing Lim, del Instituto del Genoma de Singapur. Este es el obstáculo que
pretende despejar el trabajo de los científicos del Instituto Weizmann.
Casi todas las células del cuerpo tienen el mismo genoma, una copia
del genoma humano que han heredado del cigoto, la célula formada por
fusión de un óvulo y un espermatozoide. Que una célula de la piel sea
distinta de una del hígado o de una neurona se debe a que cada una tiene
activos distintos factores de transcripción, o genes que regulan a
otros genes. Esta organización jerárquica de la regulación genética
permite a unos pocos factores de transcripción regular grandes redes de
genes subordinados, y en el fondo es la razón de que funcione la técnica
de Yamanaka: que solo cuatro factores de transcripción, llamados Oct4,
Sox2, Klf4 y Myc, basten para reprogramar células de la piel como
células madre. Pero ¿por qué la eficacia es tan baja?
Los científicos han hallado ahora que los propios reprogramadores
Oct4, Sox2, Klf4 y Myc, los llamados factores de Yamanaka en el
mundillo, reclutan a su servicio a un gen represor, llamado Mbd3, que se
dedica a reprimir a los mismos genes inmaduros que ellos están
intentando activar. Y que basta inactivar a ese represor Mbd3 para que
la balanza se desequilibre y la eficacia de la reprogramación ascienda
al 100%. En este tipo de trabalenguas viven sumidos los genetistas.
Fuente: El País
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