En este y los anteriores brotes del virus, los médicos han
observado diferencias vitales en la respuesta de unas personas y otras a
la infección, que cubren todo el abanico desde la resistencia total al
virus hasta la muerte por hemorragias internas generalizadas. Ahora, una investigación con ratones descubre ahora que la causa más
probable son las diferencias genéticas entre individuos, y apunta a los
genes esenciales que subyacen a esa sutil diferencia entre la vida y la
muerte.
No se trata de una curiosidad para ilustrar los textos de genética de
poblaciones. “Esperamos que los investigadores médicos puedan aplicar
rápidamente nuestros resultados para desarrollar candidatos a fármacos y
vacunas”, dice el jefe del estudio, el microbiólogo Michael Katze, de
la Universidad de Washington. Los genes clave que han hallado los
ratones tienen su equivalente en el genoma humano, y es probable que
conduzcan con rapidez a definir los marcadores genéticos de la
resistencia al ébola; que permitan estudiar en profundidad los
fundamentos fisiológicos del desarrollo de la enfermedad y, en
consecuencia, probar pequeñas moléculas –candidatos a fármacos— que
puedan bloquear esos procesos devastadores.
Investigar a fondo una enfermedad humana es virtualmente imposible
sin un modelo animal que la emule en todos sus detalles. Los
investigadores del cáncer, por ejemplo, dedican intensos esfuerzos a construir
ratones con una composición genética óptima para investigar cada tipo
de tumor, y esa es a menudo la parte más costosa de su trabajo. También
es la menos lustrosa, pero, una vez hecho eso, los resultados aplicables
a la medicina suelen llegar a buen ritmo. Eso es lo que han conseguido
Katze y sus colegas para el ébola.
Los investigadores de Washington han colaborado con el laboratorio
Rocky Mountain de los Institutos Nacionales de la Salud (NIH), en
Montana, y la Universidad de North Carolina en Chapel Hill (EEUU), y presentan su trabajo en Science. Su inspiración ajá
ha sido utilizar no una cepa concreta de ratones –ninguna había servido
para estudiar la patología del ébola tal y como se presenta en las
personas—, sino todo lo contrario: un modelo de variabilidad genética,
llamado Collaborative Cross, que habían desarrollado previamente para
investigar las distintas respuestas humanas a otro virus, el de la
gripe.
El Collaborative Cross es una población de ratones que combina ocho
cepas homogéneas: cinco líneas clásicas de laboratorio y otras tres
obtenidas del campo. En conjunto, estas ocho cepas contienen el 90% de
la variabilidad genética de todos los ratones que andan por el planeta.
Para casi cualquier propósito práctico, su combinación se puede
considerar un modelo de la laboratorio de la especie natural, pero con
una diferencia crucial: los investigadores conocen hasta la última letra
los genomas de las ocho cepas fundadoras, y pueden saber en todo
momento de qué cepa proviene cada gen, y cada parte de cada gen, en un
ratón que les interese por cualquier razón. Por ejemplo, porque sea
resistente al ébola. Esto conduce a los genes responsables de la
resistencia de manera casi instantánea, como en una Islandia de ratones.
Al infectarles con ébola, todos los ratones perdieron peso en los
primeros días, como ocurre en humanos. Pero, también exactamente como
ocurre con las personas, algunos ratones (19%) recuperaron el peso en
dos semanas y no sufrieron el menor síntoma de la enfermedad; otros
(11%) sufrieron los síntomas con un abanico de gravedad, mostrando una
resistencia parcial al virus; el 70% restante sufrió los síntomas
clásicos del ébola, con inflamación del hígado, coagulación retrasada,
bazo hinchado y hemorragias internas, con un desenlace fatal en la mitad
de los casos. No solo los síntomas, sino incluso los números
aproximados, emulan con una fidelidad escalofriante la situación en
humanos.
El trabajo confirma que estas respuestas tan diferentes entre unos
individuos y otros no tienen nada que ver con la variabilidad genética
del virus, sino que se deben a sus víctimas. Los científicos han
insistido estos días en que la extraordinaria gravedad del actual brote
de ébola en África occidental no se debe a que el virus se haya hecho
más transmisible. La causa hay que buscarla más bien en la demografía de
la población a la que ha atacado, organizada en ciudades más que en
aldeas.
No solo los síntomas, sino incluso los números aproximados, emulan fidelidad la situación en humanos.
Con su población de ratones variables pero identificados hasta la
última letra de su genoma, Katze y sus colegas han extraído ya
conclusiones valiosas. Si el virus dispara los genes implicados en
inflamar las arterias y matar a las células (apoptosis, en la jerga), el
individuo acaba muriendo. Si, en cambio, los genes que responden son
los que reparan los vasos sanguíneos y ordenan proliferar a los
linfocitos –las células blancas de la sangre que encarnan el sistema
inmune—, el individuo sobrevive y se recupera. Otras diferencias
cruciales afectan a un tipo especializado de células del hígado que
regula la inflamación. Y las variaciones en un gen llamado Tek parecen ser especialmente relevantes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario