Un estudio internacional coordinado por Manel Esteller comprueba cómo
las marcas epigenéticas se van degradando a lo largo del tiempo. Dado
que las lesiones epigenéticas son reversibles, se podrían llegar a
desarrollar fármacos que aumenten el tiempo de vida.
¿Qué ocurre
en nuestras células tras cien años de vida? ¿En qué se diferencia a
nivel molecular un recién nacido y un centenario? ¿Se trata de cambios
graduales o súbitos? ¿Es posible revertir el proceso de
envejecimiento? ¿Cuáles son las claves moleculares de la longevidad?
Estas cuestiones han sido foco de estudio de investigadores durante
décadas.
La revista Proceedings of the National Academy of
Sciences (PNAS) publica una investigación internacional dirigida por
Manel Esteller, director del programa de Epigenética y Biología del
Cáncer del Instituto de Investigación Biomédica de Bellvitge (IDIBELL),
en España, que proporciona una pista esencial en este campo: el
epigenoma de los recién nacidos y de los centenarios es distinto.
Mientras
que el genoma de todas las células del cuerpo humano, con
independencia de su aspecto y función, es idéntico, las señales
químicas que lo regulan, conocidas como marcas epigenéticas, son
específicas de cada tejido humano y de cada órgano.
Es decir, que
todos nuestros componentes tienen el mismo abecedario (genoma), pero la
ortografía (epigenoma) es distinta en cada parte de nuestra anatomía.
De hecho, para un mismo tejido u órgano, el epigenoma varía en función
de la edad de la persona.
En el estudio se han secuenciado
totalmente los epigenomas de las células blancas de la sangre de un
recién nacido, un individuo de edad intermedia y una persona de 103
años.
Los resultados demuestran que el centenario presenta un
epigenoma distorsionado que ha perdido muchos interruptores (grupo
químico metilo), encargados de apagar la expresión de genes inapropiados
y, en cambio, se apaga el interruptor de algunos genes protectores.
“Extendiendo
los resultados a un grupo numeroso de neonatos, individuos situados en
el punto medio y nonagenarios o centenarios nos damos cuenta de que se
trata de un proceso progresivo en el que cada día que pasa el epigenoma
se va torciendo”, afirma el investigador.
Sin embargo, Esteller
destaca que “las lesiones epigenéticas, a diferencia de las genéticas,
son reversibles y, por tanto, la modificación de los patrones de la
metilación del ADN por cambios dietéticos o por el uso de fármacos
podría inducir un aumento del tiempo de vida”.
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