Si la principal diferencia entre un ratón y un humano es el tamaño de
su córtex cerebral, ¿por qué no se puede inyectar genes humanos a un
ratón y hacer que su córtex se amplifique? Sí se puede. Científicos del
Instituto Max Planck, la gran organización alemana de investigación
pública, han descubierto un gen clave para la evolución del córtex
cerebral humano, la sede de la mente. El gen apareció después de nuestra
separación evolutiva de los chimpancés, pero antes de que divergiéramos
de los neandertales. Y su inyección artificial en un ratón causa la
amplificación de su córtex. De momento, los ratones siguen sin resolver
ecuaciones diferenciales.
Si el gran problema biológico pendiente de resolver es cómo funciona
el cerebro humano, la mayor cuestión evolutiva es cómo evolucionó esa
máquina prodigiosa. Es sabido que las diferencias genéticas que nos
separan de un chimpancé son muy escasas, pero también deben ser muy
importantes, porque sin ellas no habría lenguaje ni poesía, ni arte ni
ciencia. Ni siquiera metafísica. De ahí los grandes esfuerzos
investigadores que están en marcha para encontrar esos pocos genes tan
raros pero tan trascendentales.
Las nuevas y poderosas herramientas de la genómica han permitido a
Wieland Huttner, Marta Florio, Svante Pääbo y sus colegas de los
institutos Max Planck de Biología Celular Molecular y Genética, en
Dresde, y de Antropología Evolutiva, en Leipzig, organizar una
apabullante operación de caza y captura de los genes responsables del
crecimiento explosivo del córtex cerebral durante la evolución humana. Presentan su estrategia y sus resultados en Science.
Las diferencias genéticas que nos separan de un
chimpancé son muy escasas, pero también deben ser muy importantes,
porque sin ellas no habría lenguaje ni poesía, ni arte ni ciencia
Los científicos alemanes sabían dónde buscar. Desde los trabajos
pioneros de Cajal y Golgi, un siglo de neurología ha esclarecido el
origen –no evolutivo, sino embriológico— del desmedido córtex cerebral
humano, la capa más externa del cerebro, la que le confiere su
inconfundible aspecto rugoso y antiestético, y la que alberga todas las
altas funciones mentales de las que nuestra especie está tan orgullosa, y
a veces tan asustada.
El córtex de cualquier primate –y de otros mamíferos— proviene de un
grupo de células madre y células progenitoras situadas en una región muy
concreta del sistema nervioso fetal (la zona subventricular, donde se
halla la llamada glía radial). Durante la evolución de los
primates, y sobre todo del linaje homínido, esas células precursoras se
dividen durante cada vez más tiempo, y por tanto generan un córtex cada
vez más grande.
Huttner y sus colegas del Max Planck han centrado su caza del gen,
por tanto, en esas células madre y precursoras de la glía radial. Han
usado la genómica para comparar la actividad detodos los genes
que se expresan en esas células, tanto en fetos de ratón como humanos.
Han hallado 56 genes que se expresan preferentemente en esas células y
que no existen en el ratón. De los 56, solo uno ha pasado las pruebas de
especificidad más exigentes. Su nombre es ARHGAP11B
Las pruebas que apuntan a ARHGAP11B como un regulador de la
proliferación de las células precursoras del córtex son múltiples, pero
sin duda la más llamativa de todas ellas es lo que hace ese gen cuando
se le introduce en el cerebro en desarrollo de un ratón: sus células
progenitoras de la glía radial se multiplican y se autorrenuevan,
causando un crecimiento del córtex allí donde el gen está activo
artificialmente. Incluso aparecen allí indicios de girificación, es decir, de los plegamientos y circunvoluciones típicos del cerebro humano (y de las nueces).
La clave del proceso está en las llamadas divisiones asimétricas.
Cuando una célula precursora se divide, puede dar lugar a dos hijas que
se diferencian como neuronas y no se dividen más; o puede producir una
neurona y una nueva célula precursora que sigue dividiéndose para dar
una neurona y una nueva célula precursora que sigue… La biología está
repleta de algoritmos recursivos de este tipo. Incluso, durante cierto
periodo, la célula precursora puede dar dos células precursoras,
amplificando el reservorio de partida. Del balance entre estos procesos
depende el tamaño final del cerebro, o del órgano en cuestión.
Durante la evolución, los nuevos genes surgen casi siempre de la
duplicación (con variaciones) de un gen preexistente. ARHGAP11B no es
una excepción, y surgió de la duplicación parcial de ARHGAP11A, que sí existe en el ratón. El nuevo gen no solo
existe en los humanos modernos, sino también en los neandertales y los
denisovanos, las dos especies humanas extintas de las que tenemos
genomas. Pero no está en el chimpancé, y por tanto surgió después de que
nos separáramos de su linaje.
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