La mayoría de los animales, y probablemente la mayoría de los
organismos vivos, presentan un ritmo biológico de descanso-actividad. El
sueño tuvo una implicación crucial en el proceso de adaptación y puede
haberse originado por la necesidad de los animales de protegerse y para
permitir que los organismos conservaran y restauraran su energía. Muchas
especies buscan alimento y agua durante el día porque es más fácil ver
cuando sale el sol. En cambio, cuando está oscuro, es el mejor momento
para ahorrar fuerza, evitar ser devorados o caer en un precipicio. El
sueño mejoraría la supervivencia mediante la optimización de los tiempos
de actividad y ocio, además de permitir mantener los cerebros más
ágiles.
El sueño, lejos de ser una actividad pasiva, es sumamente activa,
ya que el cerebro sigue trabajando toda la noche. Durante el sueño
ocurren varios fenómenos en nuestro cuerpo: se produce una relajación
postural característica, se elevan los umbrales sensoriales para
desvincularnos del medio ambiente y aparece un patrón distintivo de
actividad eléctrica cerebral. El sueño posee dos grandes etapas: una
llamada NREM (por su sigla, en inglés, de Non-rapid eye movement sleep) y
otra etapa llamada REM (Rapid eye movement sleep). La etapa NREM tiene,
a su vez, diferentes fases basadas en el tipo de actividad en el
cerebro. Durante la noche, una persona atraviesa las diferentes etapas,
alternando sueños livianos y más profundos. En las primeras horas de la
mañana, el sueño se vuelve más liviano y pasamos más tiempo en sueño
REM, lo que significa que “soñamos” más.
El sueño mejoraría la supervivencia mediante la
optimización de los tiempos de actividad y ocio, además de permitir
mantener los cerebros más ágiles
¿Para qué le sirve al ser humano dormir? Aunque quedan numerosos
interrogantes, sí sabemos que el sueño está asociado con funciones
inmunes, endocrinas, de aprendizaje y memoria. También juega un rol
esencial en nuestro bienestar emocional y puede conducir a ideas
creativas. El sueño ayudaría a consolidar los nuevos recuerdos y a
actualizar los antiguos sobre la base de lo que acabamos de aprender.
También a forjar nuevas conexiones neuronales filtrando de estas las que
no tienen importancia. El cerebro dormido sabe qué información nueva es
lo suficientemente significativa como para mantenerla y, por el
contrario, qué puede atenuarse o desaparecer. Científicos han
descubierto recientemente que los buenos hábitos de sueño también
fortalecen el cerebro a largo plazo y auxiliarían al cerebro en tareas
de autorreparación. Investigadores de la Universidad de
Wisconsin-Madison realizaron un estudio por el que concluyeron que
durante el sueño aumenta la actividad en los genes involucrados en la
producción de “oligodendrocitos”. Estas células son fundamentales ya que
son responsables de recubrir las neuronas de mielina, que es el
“material aislante” del cerebro. Por el contrario, la privación de sueño
produce una mayor actividad en los genes implicados en el estrés y la
muerte celular.
Antes del invento de la electricidad, el ser humano dormía unas tres horas más que en las condiciones actuales
El ciclo sueño-vigilia posee un equilibrio que se autorregula
espontáneamente desde nuestro nacimiento. Sin embargo, una vez alterado,
resulta muy difícil de recuperar. Se estima que antes del invento de la
electricidad el ser humano dormía unas tres horas más que en las
condiciones actuales. La iluminación artificial y la posterior
implantación del trabajo por turnos nos ha separado progresivamente del
ciclo natural de luz y oscuridad. Los horarios tempranísimos de la
escuela o el trabajo, las programaciones de televisión que desplazan más
y más los horarios centrales a horas avanzadas de la noche, la consulta
permanente de redes sociales y el desproporcionado estrés cotidiano son
algunos de los factores que atentan contra nuestro descanso. El uso de aparatos tecnológicos en horas cercanas al momento de dormir puede dificultar la conciliación
y el mantenimiento del sueño porque provocan una activación de la
atención. Asimismo, la alerta y la luz de sus pantallas funcionan como
estimulantes y reducen el nivel de melatonina (hormona que se encarga,
entre otras cosas, de regular nuestro reloj biológico). Como consecuencia de esta situación, hemos caído en un bucle estimulación-sedación, donde se utilizan estimulantes como la cafeína y la nicotina para la vigilia durante los días y sedantes tales como hipnóticos y alcohol en la noche para inducir el sueño.
No todos tenemos idéntico reloj biológico. Hay personas que
prefieren despertarse en la madrugada y comienzan el día muy temprano
con energía y otras que necesitan varias horas para ponerse en
funcionamiento luego de apagar el despertador en reiteradas
oportunidades, se sienten mal apenas se levantan y no pueden comer nada
hasta media mañana. Lo más probable es que estas mismas personas sí
puedan quedarse estudiando o trabajando hasta altas horas de la noche.
Es así que existe un porcentaje de hombres y mujeres que califican como
“alondras” o “amantes de la mañana” y otro como “búhos” o “amantes de la
noche”. El resto nos hallamos en algún punto intermedio. El estado de
búho o alondra es llamado “cronotipo”. Los cronotipos están asociados a
variaciones genéticas, ánimo, función cognitiva y riesgos de problemas
de salud. Algunos neurocientíficos aseguran que es importante descubrir a
qué grupo cronobiológico pertenece una persona y así adaptar sus
horarios de trabajo a su patrón de sueño natural. Sin embargo, otros
especialistas mostraron que los “búhos” que suspendieron su exposición
nocturna a la luz artificial y aumentaron su exposición a la luz solar
lograron desplazar sus relojes biológicos hacia el despertar temprano y
el dormir nocturno.
Uno de los trastornos más frecuentes del sueño es el insomnio. Se
habla de insomnio cuando tardamos más de 30 minutos por noche para
empezar a dormir, los despertares nocturnos son repetidos o se prolongan
por más de media hora, existe baja eficiencia del sueño, o cuando
dormimos aproximadamente menos de 6 horas y media. La presencia del
insomnio por tiempo prolongado provoca consecuencias negativas en la
calidad de vida y, en particular, se asocia con peor rendimiento
cotidiano, cambios en el estado de ánimo, irritabilidad y una mayor
probabilidad de sufrir accidentes. Algunas de las causas comunes de
insomnio son: el estrés, la ansiedad y la depresión; medicamentos
recetados, incluyendo varios para el corazón y la presión arterial; la
cafeína, el alcohol y la nicotina; condiciones médicas subyacentes;
malos hábitos de sueño; y el envejecimiento.
Aunque quedan numerosos interrogantes, sí
sabemos que el sueño está asociado con funciones inmunes, endocrinas, de
aprendizaje y memoria
Es importante destacar que las preocupaciones y las creencias sobre
el sueño y sus posibles consecuencias juegan un papel central en la
gravedad y el mantenimiento del insomnio. Los insomnes suelen presentar
un estilo de personalidad ansioso y perfeccionista, por lo que intentan
controlar el proceso del sueño. Paradójicamente, cuanto mayor es el
intento de control, mayor es la dificultad para conciliar el sueño. Las
personas con insomnio crónico suelen presentar problemas en la atención y
la memoria, disfrutan menos de las relaciones sociales y familiares, y
exteriorizan más quejas físicas que las personas que no sufren de este
problema. Asimismo, suelen irritarse más fácilmente y refieren estar
tensas. Estudios longitudinales mostraron que la privación de sueño
aumenta la mortalidad causa de accidentes y exacerbación de
enfermedades. La falta de sueño afecta al sistema endocrino, al sistema
inmune y al metabolismo. Por lo tanto, puede convertirse también en un
factor de riesgo para la obesidad, la diabetes y la falla cardíaca.
Resulta clave conocer pautas para la higiene del sueño, que buscan desarrollar hábitos compatibles con el buen dormir. Por ejemplo, asociar el dormitorio con esta actividad, eliminando de esta manera las conductas incompatibles con el sueño, como ver TV, escuchar radio, leer libros o revistas, etc. Además, este ambiente debe tener una temperatura adecuada y niveles mínimos de ruido y luz. También debe evitarse beber alcohol dos horas antes de acostarse porque, pese a ser depresor del sistema nervioso central, da lugar a un sueño poco reparador. Actúan como estimulante las bebidas, alimentos y medicamentos con cafeína, por eso no hay que consumirlos seis horas antes de dormir. Fumar y consumir grandes cantidades de azúcares tienen el mismo efecto. Otro consejo es no comer si se interrumpe el sueño, ya que generaríamos la costumbre de despertarnos cada vez que tenemos hambre.
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