Gran parte de la capacidad del VIH para escapar al sistema
inmunitario y a los intentos para desarrollar vacunas están en el
carácter cambiante de su cubierta. Por eso, la descripción —y obtención
de imágenes— que sufre el virus justo antes de infectar a una célula se
considera un paso clave para derrotarlo. Este trabajo, realizado por un
equipo multicéntrico dirigido por científicos de la Universidad de Yale,
ha sido publicado simultáneamente en Nature y Science.
Los investigadores han completado y detallado hasta un nivel atómico
el proceso del cambio de la cubierta del virus. En concreto, se han
centrado en dos proteínas, la gp120 y la gp40 que, de una manera
conjunta, forman la punta de lanza del virus a la hora de unirse a las
células que va a infectar. Pero el VIH no va por el torrente sanguíneo
lanza en ristre. La lleva oculta, plegada, y solo en el momento de la
unión a la membrana de la célula que es su objetivo una serie de cambios
en su configuración hacen visible la lanza.
Entonces, esta especie de arpón sirve para que el virus se acerque a
la célula hasta que sus membranas se fusionan y el VIH le introduce su
material genético, comenzando al proceso de infección.
Los científicos denominan a la estructura habitual, la plegada,
cerrada, y tiene la característica de que no es identificada ni por los
anticuerpos naturales ni por los artificiales. Por eso es tan difícil
atacar inmunitariamente al virus. En cambio, la estructura de ataque, la
abierta, sí que es vulnerable. Por eso el virus intenta mostrarla el
menor tiempo posible, lo que lo hace más difícil de detener.
Esta descripción tiene evidente utilidad práctica: se trata de
conseguir bloquear las formas abiertas, o, mejor aún, que el virus nunca
adopte esa disposición. Como confirmación a su trabajo, los autores
señalan que esto último es lo que pasa en las personas llamadas no
progresoras que aunque se infectan por el VIH lo mantienen controlado
sin necesidad de medicación. Ellos lo explican porque se trata de
individuos cuyos anticuerpos impiden que las proteínas de la superficie
del virus cambien de conformación. Es como si el virus tuviera la llave
para entrar en las células, pero la amenaza del sistema inmunitario le
impidiera sacarla del llavero.
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